viernes, 14 de noviembre de 2008

EL INFIERNO DE LA GRAN GUERRA


EVA DIÁZ PEREZ
SEVILLA.– A las 11 horas del día 11 del mes 11 hubo un gran silencio. Un silencio como no se había escuchado desde hacía años después del horror de obuses en el frente oriental, del trueno de los cañones en las batallas del Isonzo, del infierno de las trincheras de Verdún, de los cadáveres que nutrirían los campos de Flandes.
Aquel día se firmó el armisticio con el que acabó la Primera Guerra Mundial, hecho del que hoy se cumplen 90 años y que determinó los acontecimientos terribles que marcarían el siglo XX. Son muchos los historiadores que consideran que el siglo XX comenzó de verdad en 1914, año en el que se inició el conflicto. Desde luego, fue el momento en el que Europa y ese mundo de ayer al que se refería Stefan Zweig en sus memorias perdieron la inocencia definitivamente.
La Gran Guerra se considera el primer conflicto moderno, ya que se comienza a utilizar la nueva maquinaria de guerra del siglo XX, un hecho que daría un carácter específico a este episodio bélico. Frente a la guerra de movimientos, el conflicto que enfrentó a los ejércitos del mundo se caracterizó por la terrorífica guerra de trincheras: esperar ocultos en un entramado de excavaciones donde no se veía al enemigo, sólo las balas y obuses. Este clima de pesadilla hizo que en la Gran Guerra se dieran muchos casos de locura.
Los soldados aguardaban meses y meses en las trincheras llenas de barro, amenazados por el armamento, acosados por las ratas y los piojos, ganando no batallas sino pequeños metros de tierra que el enemigo volvía a ‘reconquistar’ al día siguiente. Fue una terrible guerra de desgaste que nada tenía ya que ver con las batallas del pasado llenas de héroes y de honores militares. La Primera Guerra Mundial fue la sangría más dantesca:unos ocho millones de muertos.
Sin embargo, este episodio histórico es mucho menos conocido que la Segunda Guerra Mundial. No hay más que repasar la cantidad de bibliografía y filmografía realizada sobre ambas guerras para percibir esta desventaja, como recuerda un personaje del relato de Julian Barnes Para siempre jamás en el que una mujer recorre los campos de Francia para evitar el olvido de su hermano, un soldado inglés muerto en la Gran Guerra.
En España este desconocimiento es mucho mayor. Entre otras cosas porque España no participó en esa guerra. El gobierno de Eduardo Dato declaró la neutralidad, a pesar de que la opinión pública se dividió entre germanófilos y aliadófilos.
Neutralidad española
España también declaró su neutralidad en la Segunda Guerra Mundial, aunque la participación de españoles fue mayor y de más peso. Por un lado, la intervención de los exiliados republicanos en la Resistencia francesa y, por otro, de españoles falangistas en la División Azul contra los comunistas rusos.
Sin embargo, los pocos españoles que participaron en la Gran Guerra eran abiertamente francófilos y se enrolaron como voluntarios en la Legión Extranjera del ejército francés. Especial importancia tuvieron los catalanes que, por cierto, esperaron que al terminar la guerra se les reconociera como estado independiente. No hay que olvidar que este conflicto también se caracterizó por acabar con grandes imperios –el austrohúngaro, el alemán, el ruso y el turco– y por dar respaldo a ciertos nacionalismos incipientes, como ocurrió, por ejemplo, con la Checoslovaquia nacida tras la guerra. Esto es, precisamente, lo que prentedían algunos sectores del nacionalismo catalán.
Entre lo más destacado de la ‘participación’ española está la labor de escritores que acudieron a los campos de batalla para contar la guerra como Carmen de Burgos, Blasco Ibáñez o Valle Inclán.
Blasco Ibáñez resumió buena parte de su imaginario de guerra en su célebre novela Los cuatro jinetes del Apocalipsis. Éste es un fragmento de la crónica que escribió durante su visita al frente francés:«He pasado una noche en una trinchera, a ciento cincuenta metros de los alemanes, oyendo sus conversaciones y sus cánticos, como algo lejano y profundo que surgía del fondo de la tierra. (...) He visto pasar las granadas por el espacio. Iban muy altas; pero las he visto. Eran menos que una nubecita; un simple jirón de vapor amarillento. Pero el ruido resulta semejante al de una rueda de vagón que fuese suelta por el aire, rodando y rodando, con un silbido estridente».
Del mismo modo, Valle Inclán contempló en 1916 aquel infierno dantesco que, por cierto, conectaba a la perfección con su literatura más negra. El escritor gallego reunió las crónicas de guerra fruto de su estancia en el frente francés en La medianoche. Visión estelar de un momento de guerra:«Entre nubes de humo y turbonadas de tierra, vuelan los cuerpos deshechos: brazos arrancados de los hombros, negros garabatos que son piernas, cascos puntiagudos sosteniendo las cabezas en las carrilleras, redaños y mondongos que caen sobre los vivos llenándolos de sangre y de inmundicias».
La guerra que enfrentó por un lado a alemanes, austrohúngaros, turcos y búlgaros y, por otro, a franceses, ingleses, rusos, italianos y norteamericanos –aunque hubo más potencias implicadas– sirvió como lección terrible, aunque años más tarde se repitiera la experiencia. Stefan Zweig en El mundo de ayer resumió la diferencia entre ambas guerras: «La guerra del 39 tenía un cariz ideológico, se trataba de la libertad, de la preservación de un bien moral. La guerra del 14, en cambio, no sabía de realidades, servía todavía a una ilusión, al sueño de un mundo mejor. Por eso las víctimas de entonces iban alegres y embriagadas al matadero, coronadas de flores y con hojas de encina en los yelmos, y las calles retronaban y resplandecían como si se tratara de una fiesta».

GUÍA PARA ADENTRARSE EN LA PESADILLA DE LAS TRINCHERAS
No son muchos los libros sobre la Primera Guerra Mundial que se publican en España. Del mismo modo, las traducciones suelen ser escasas. Sin embargo, a raíz de la conmemoración de los noventa años del fin de la Gran Guerra algunas editoriales se han esforzado por incluir en sus catálogos volúmenes dedicados a diversos aspectos de un conflicto bélico no demasiado bien conocido en España.
Uno de ellos es La batalla de Verdún, de Georges Blond, publicado este año por Inédita Editores. En este libro, editado en Francia en 1962 y por fin traducido al castellano, se recorre el horror del frente de Verdún en un ensayo que se lee como una novela. La figura del periodista e historiador Georges Blond quedó ensombrecida por su colaboracionismo en la ocupación nazi de Francia en la Segunda Guerra Mundial.
La gran guerra y la memoria moderna (Turner), de Paul Fussell, es un repaso al conflicto a través de los escritores que la vivieron. Esta obra ganó el National Book Award del National Critics Circle de 1976.
La editorial Nowtilus también se ha unido a este rescate con la publicación de un interesante libro del historiador Jesús Hernández:Todo lo que debe saber sobre la Primera Guerra Mundial. A pesar del nefasto título –que recuerda más bien a un inventario de urgencia de esos que se hacen aprovechando las modas–, el volumen hace un recorrido general pero muy bien documentado y con tono divulgativo sobre diversos aspectos de la guerra.
Rescate
Y, sin duda, uno de los libros relacionados con la Gran Guerra más interesantes rescatados este año son las memorias que el novelista y pintor inglés Wyndham Lewis escribió con buena parte de sus vivencias como soldado inglés. Se trata de Estallidos y bombardeos, que acaba de publicar la editorial Impedimenta con traducción y estudio introductorio de la onubense Yolanda Morató. Precisamente, hoy se presentará en la Casa del Libro en Sevilla este volumen donde no falta la crueldad, el humor y una curiosa visión del terrible episodio bélico.
La literatura en torno a la Primera Guerra Mundial es numerosa, aunque aún queda mucho por traducir. Sin embargo, existen clásicos como Adiós a las armas, la novela que escribió Hemingway con parte de sus experiencias en el frente italiano;Las aventuras del soldado Schwejk, del checo Jaroslav Hasek, divertidísima novela que se considera un alegato contra las guerras;Sin novedad en el frente, de Erich María Remarque, sobre la que se realizó una película dirigida por Lewis Milestone y años más tarde Delbert Mann en un remake; Un largo domingo de noviazgo, de Sébastien Japrisot, que inspiró la película de Jean-Pierre Jeunet;o las obras de Joseph Roth La marcha Radetzky o La cripta de los capuchinos. Tampoco faltan los best seller de Anne Perry, especializada en intrigas situadas en el conflicto.
(Publicado en EL MUNDO de Andalucía el 11 de noviembre de 2008)