miércoles, 4 de febrero de 2009

LOS CUADERNOS ESPAÑOLES DE CORAL GABLES


HACE JUSTO 70 años, Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí llegaban a Coral Gables, un municipio del condado de Miami-Dade en Florida. Era el 29 de enero de 1939 y arrastraban ya el dolor del exilio que marcaría sus vidas profundamente. En estos días se reparten en las calles tan españolas de la ciudad norteamericana ejemplares de Romances de Coral Gables (1948), el tributo que el poeta andaluz rindió al paisaje que le había traído algunas nostalgias de Moguer y el imprevisible retorno del mar, porque fue en este lugar donde se le apareció su «mar tercero».
En Alhambra Circle 160 tenía el matrimonio su casa. Llevaban una vida tranquila, paseaban cerca del mar y por las noches escuchaban en la radio a Toscanini. En el Diario de Zenobia se lee:«Las casas blancas, techos de teja y pinos le recuerdan a Moguer y su nostalgia fluye en verso».
Qué sensación tan extraña imaginar a Juan Ramón paseando por el callejero de Coral Gables. A comienzos de siglo, George Merrick, uno de los rancheros fundadores de la ciudad, cogió un diccionario y eligió los nombres de lugares españoles para el nomenclátor. Años más tarde, un poeta desterrado de sombra amarga y alargada recorrería la Avenida Giralda, donde quizás evocó sus años de poeta adolescente en Sevilla, o las calles Segovia, Valencia o Granada. ¿Con qué amargura diría su dirección, Alhambra Circle 160?
El malagueño José Moreno Villa, otro exiliado, escribiría en su Cornucopia de México lo insólito que era para un español observar los nombres de la geografía española en los mapas de estas tierras del exilio. «Salir de México, llegar a Valladolid y por la misma ruta, siguiendo adelante, llegar a Zamora y después a Guadalajara, resulta cosa mágica».
Estos nombres españoles que aún se leen en Coral Gables están marcados porque se convirtieron en trozos del alma del poeta, en versos de estos romances de Florida que ahora se publican en edición facsímil. Los libros y Juan Ramón tienen en el exilio una historia estremecedora. En Washington recibió de unos amigos libros rescatados del saqueo de su biblioteca en el Madrid de la Guerra Civil. Al abrir uno de ellos, encontró unos jazmines secos guardados por su madre. El viento del pasado entraba a través de las ventanas de la memoria que eran los libros. En otra ocasión, tuvo que firmar uno suyo publicado en España. Olía a humedad del trópico, «como las hojas rastreras de viña en el octubre de Andalucía». Y seguía:«Todos los libros, mis libros, tenían un siglo de existencia, eran de otra rara época, de estraña jente anterior».