viernes, 26 de febrero de 2010

TRAVESÍAS ANDALUZAS / LEÓN EL AFRICANO


EL SABIO QUE VIAJÓ POR ÁFRICA

EVA DÍAZ PÉREZ

El granadino Juan León de Médicis –también llamado Hasan ben Muhammad al-Wazzan al-Fazi al-Garnati o popularmente conocido como León el Africano– fue un sabio viajero que recorrió el desconocido continente africano, adentrándose en las selvas y desiertos, describiendo curiosas costumbres y deslumbrando con un mundo diferente y salvaje. Un personaje de novela como bien descubrió el escritor libanés Amin Maloof.
León el Africano es el autor de un libro revelador, Descripción de África (1550), una obra que marcaría muchos de los viajes del siglo XVI, época de hallazgos y descubrimientos con la excusa de las aperturas de rutas comerciales pero que llevaron al hombre occidental a abrir sus horizontes y repensar el mundo conocido.
León el Africano nació en Granada, justo en las vísperas de la reconquista de Granada por los Reyes Católicos. Poco después del establecimiento de los cristianos, su familia inicia el camino del destierro a causa de la traición a las promesas sobre tolerancia con la religión, cultura y costumbres que los nuevos señores habían hecho al establecerse en el antiguo reino andalusí.
Así, la familia del joven marcha al exilio que llevó a varias familias al Norte de África. Con esa mirada nostálgica a Granada, partirá León el Africano, una mirada europea que sólo renacerá años más tarde cuando el joven exiliado regrese a la tierra olvidada.
El éxodo al norte de África se inicia en 1493. La educación del joven granadino será en Fez, ciudad que acogería a numerosos exiliados andalusíes. Su tío era embajador del sultán y con él inicia un viaje trascendental en la biografía de León el Africano. Recorre Marruecos en misiones comerciales y diplomáticas para el sultán de Fez, el wattasí Muhammad al-Burtugali, llamado el portugués. El joven León absorbe conocimientos, ‘bebe’ paisajes y se subyuga con la contemplación de pueblos, geografías y costumbres que años más tarde recopilará en su fundamental tratado.

Repasando su interesante Descripción de África se descubre, además de descripciones puramente geográficas o de costumbres, una auténtica novela de aventuras. Es el caso de lo ocurrido en uno de los caminos del desierto. Después de la descripción sobre el territorio, el viajero se adentra en el peligroso desierto, con amenazas de ladrones, saqueadores y, sobre todo, el calor y la sed. «Este es un país casi todo de arena. Detrás de Numidia están los desiertos de Libia, tierras completamente arenosas, hasta la tierra Negra».
En este viaje, León el Africano partió con unos mercaderes de Fez en el monte Atlas donde comenzó a «caer nieve fría y espesa». El joven León recibe la propuesta de un grupo de árabes para abandonar la caravana para llegar a un buen alojamiento que ellos conocían. «Yo, no pudiendo rehusar la invitación y temiendo que se tratara de algún engaño, pensé en quitarme de la espalda una buena suma de dinero que llevaba conmigo».
Así, León el Africano finge la urgencia de necesidades naturales para retirarse y esconder su bolsa de dinero. «Me retiré aparte, bajo un árbol, y allí oculté y dejé lo mejor que pude mi dinero entre piedras y montones de tierra, señalando con presteza el árbol junto al cual lo había dejado. Hecho esto, me puse a seguir el camino de los otros y, habiéndoles alcanzado, cabalgamos reunidos en silencio hasta la media noche».
Tal y como había deducido el avezado viajero, los falsos mercaderes le preguntan por el dinero y viendo que no tiene nada encima deciden mofarse de él. Le obligan a quitarse la ropa, a pesar del frío de la noche. Luego apresan a un judío que llevaba un cargamento de dátiles en la misma caravana y a él le roban el caballo y lo dejan a su suerte.
Otro de los peligros con los que se topa el africano es con el riesgo de morir de sed en el desierto. En Numidia advierte del peligro de las mordeduras de escorpiones y serpientes y en Libia «también país muy desierto, seco y arenoso» anuncia al viajero que no se encuentran fuentes, ni ríos, ni agua.
En el itinerario de Fez a Tombut explica que los mercaderes que hacen este viaje en estación distinta al invierno corren gran peligro porque entonces soplan los sirocos o vientos meridionales, «los cuales levantan tanta arena y cubre los pozos de tal manera que no se distinguen señales ni pozos». El resultado: el viajero muere de sed.
Una de las visiones más estremecedoras del desierto es, precisamente, la de los huesos desperdigados de mercaderes y viajeros que murieron de sed. Por ejemplo, en el desierto de Azacad describe dos sepulturas halladas en el camino en el que están grabados los nombres de dos hombres. «Uno de los cuales fue un comerciante muy rico el cual, atravesando el desierto con una sed extrema, y abatido al fin por ella, compró al otro, que era arriero, una taza de agua en la cantidad de diez mil ducados. Esto no obstante murieron de sed el mercader que compró el agua y el arriero que se la vendió».
No olvida León el Africano dar un consejo para salvar la vida: «Consiste en matar a un camello, exprimir el agua de sus intestinos y beber de ella, reservando la sobrante hasta que llegan a algún pozo o hasta que la muerte pone fin a la sed».
Preso y liberado
León el Africano visitó África del Norte, Egipto y parte de Asia. En la isla de Gelves fue apresado por una escuadra cristiana o por corsarios sicilianos, según otras fuentes, pero es tan grande su sabiduría que sus captores deciden no convertirlo en un simple esclavo. Así, es conducido a Roma y en 1517 se convirtió al cristianismo con el nombre de Juan León de Médicis. Su sabiduría y humanidad fueron tan célebres que el propio papa León X fue su amigo personal. Éste permitió la traducción de algunos escritos suyos a la lengua italiana, pero a la muerte del pontífice León el Africano decidió renunciar al cristianismo y regresó a África y al islamismo.
Murió en Túnez en 1554 recordando su fascinante vida. Como escribió Amin Malouf en su novela León el Africano: «Mi sabiduría ha vivido en Roma, mi pasión en el Cairo, mi angustia en Fez, y en Granada vive aún mi inocencia».

domingo, 14 de febrero de 2010

TRAVESÍAS ANDALUZAS / PERO TAFUR


NUEVA SERIE PUBLICADA EN EL MUNDO DE ANDALUCÍA:
LOS VIAJES DEL CABALLERO PERO TAFUR

EVA DÍAZ PÉREZ / Sevilla
Frente a la tradición de la Andalucía narrada por los viajeros extranjeros fascinados por el exotismo meridional, existe otra visión más desconocida e insólita: la de los andaluces viajeros que describieron el mundo. De Andalucía, tierra archicontada por la mirada de los ‘otros’, construida sobre un imaginario de visiones ajenas de forasteros, también partieron personajes que se atrevieron a contemplar e interpretar el mundo. Una curiosidad, por cierto, no muy habitual en la historia española que, sin embargo, caracterizó a andaluces de todas las épocas, desde las embajadas de Al-Andalus hasta los itinerarios comerciales, pasando por los viajes al Nuevo Mundo o las expediciones científicas.
Esta poco conocida agudeza andaluza para interpretar el mundo tiene en Pero Tafur uno de sus personajes más destacados. Este caballero, probablemente nacido en Sevilla y que residió buena parte de su vida en Córdoba, recorrió Europa y África en una travesía que detalló en una obra excepcional: Andanzas y viajes de Pero Tafur por diversas partes del mundo avidos.
Pero Tafur realizó su viaje entre 1436 y 1439, pero no escribió sus andanzas hasta varios años más tarde, concretamente en 1454 ó 1455. La crónica del viaje evocaba también los años de su juventud –cuando escribe se acerca a los cincuenta–, por lo que es también un libro de memorias, una hermosa evocación heroica ya desde su retiro amable en Córdoba.
Siendo uno de los pocos libros que narran viajes medievales –como el de la famosa embajada de Ruy González de Clavijo ante el Gran Tamerlán– no se publicó hasta el siglo XIX. Marcos Jiménez de la Espada lo editó a partir de una copia manuscrita del siglo XVIII.
Precisamente, la Fundación José Manuel Lara acaba de rescatar este libro histórico dentro de su colección de Clásicos Andaluces con introducción de Miguel Ángel Pérez Priego quien comenta la importancia de la crónica de viajes de Pero Tafur como fotografía-fija de un momento histórico, el de las tensiones en los años previos a la caída de Constanticopla, así como la definitiva descomposición del imperio de Oriente, las vísperas del dominio turco en el Mediterráneo y la decadencia del poderío naval de genoveses y venecianos. No falta en el recorrido de este caballero andaluz un repaso a «los conflictos políticos en Europa central y las ciudades del Sacro Imperio, la persecución de los husitas o el cisma creado por el concilio de Basilea».
Pero ¿quién era este audaz Pero Tafur? Parece que nació entre 1405 y 1410 y se crió en Sevilla, participó en las guerras de Reconquista y llegó a ser caballero veinticuatro en la ciudad de Córdoba. El viaje a tierras extrañas que protagoniza Pero Tafur tiene relación con cierta idea caballeresca, la de probar el valor con una empresa arriesgada, como hacían tradicionalmente los héroes caballerescos –los reales y los de las ficciones de las novelas de caballería– en sus famosas salidas.
El viaje de Pero Tafur es una magnífica ilustración de la mencionada agudeza de la mirada andaluza para interpretar el mundo. Tafur, como hacían los viajeros-descubridores de su época, aplica las claves de su mundo conocido a las tierras extranjeras. Es lo que ocurre cuando llega a Venecia y compara el Campanile de San Marcos o las pirámides de Egipto con la altura de la torre mayor de Sevilla (que a finales del siglo XVI se llamaría Giralda). También asemeja el tamaño de la ciudad de Viena con el de la Córdoba de su época y el de Sevilla con Cafa, Breslau, Padua o Palermo.
Muchas son las aventuras que vivió Pero Tafur desde que salió de Sevilla, aunque faltan las primeras páginas del manuscrito en el que se debía de detallar la partida. El caballero recopilará toda suerte de novelescos episodios como cuando en Gibraltar asiste a una de las batallas de reconquista y presencia el naufragio y la muerte del conde de Niebla. Tafur peregrinará a los Santos Lugares; intentarán asaltarle cerca de Viena; será apresado en Maguncia; vivirá una terrible tormenta en el Golfo de León, un naufragio en Chíos e inclemencias terribles en el paso de los Dardanelos, y sufrirá una herida de flecha cerca de la que fue puerta de Troya. Además, Pero Tafur se encargará de labores diplomáticas en El Cairo al portar cartas del rey de Chipre al sultán de Egipto.
Sin embargo, el viaje resume también el espíritu de su tiempo, una época que se mueve entre la creación de los grandes Estados en el inminente Renacimiento y las leyendas medievales. La tradición de los viajeros en busca de mitos –lo que se llamará los «mitos motores» del Descubrimiento– también marcará a Tafur quien en el estrecho de Mesina, donde los antiguos situaban los peligros marinos de Escila y Caribdis, descubre a las sirenas y las describe con el toque de misterio con que se hablaba de los monstruos en los libros de viajes.
También tendrá este itinerario mucho de peregrinaje para venerar reliquias, otro impulso que arrastró a miles de viajeros de su época. Tafur visitó Roma –que desde el año 1300 se convirtió en un lugar santo– y en su relato orienta a los futuros viajeros sobre dónde se encuentran las reliquias o los días en que se pueden ganar indulgencias.
Pero además de como ‘moderno’ libro de viajes, la obra de Tafur se lee a veces como una novela de aventuras. Es lo que ocurre cuando en Nüremberg ve expuesta la lanza de la Cruxifición. El caballero se atreve a comentar que ya había visto el objeto sagrado en Constantinopla, por lo que los que lo escuchan están a punto de agredirlo: «Yo dixe cómo la avía visto en Constantinopla, e creo que, si los señores allí non estuvieran, que me viera en peligro con los alemanes por aquello que dixe».
Una de las etapas más interesantes de su viaje es la de la visita a Jerusalén. Saliendo de Venecia –que se convierte en su lugar de referencia, porque de allí parte en tres de las cuatro etapas del viaje– llegará a las ciudades griegas de Corfú y Modón, y a las islas de Creta y Rodas. Luego desembarca en el puerto de Jafa y es trasladado a Jerusalén donde lo hospedan los frailes de Monte Sión. Pero Tafur tendrá que disfrazarse de moro y «acompañado de un renegado portugués» visitará el templo de Salomón convertido en mezquita por Saladino.
Tafur también remontará el Nilo y llegará a El Cairo donde estuvo un mes «mirando muchas cosas e muy estrañas, mayormente a los de nuestra nación». Viajará de Norte a Sur por parte del mundo conocido recorriendo la Europa septentrional, por Flandes y la ribera del Rin, que «es sin duda la más fermosa cosa de ver en el mundo».