
En la estantería 125 –caja 5– del Archivo de Indias de Sevilla está el legajo 4, el plano del reparto de solares de la ciudad de Buenos Aires realizado en 1583 por el fundador Juan de Garay. Es el principio de una relación extraña y quizás imposible. Sevilla y Buenos Aires ante un espejo. Elijamos un lugar porteño, la avenida Corrientes de la que Roberto Arlt escribía que, mientras las calles honestas se dormían para despertarse a las seis, «Corrientes, la calle vagabunda, enciende a las siete de la tarde sus letreros luminosos». Y sobre el plano de Sevilla, una calle:_Sierpes cuando era la calle que no dormía, con sus cafés abiertos hasta la herida más profunda de la madrugada, calle por la que se escapaba el humo azulenco de las juergas a través de sus ventanas con ojeras de mujer fatal. Aunque ya sólo es como esas calles dormidas de las ciudades muertas. En los espejos de las ciudades se pueden encontrar curiosos reflejos como una Sevilla de aires porteños, músicas de arrabal y con la luz ambarina y descarada de Buenos Aires. Todos los miércoles en el Casino de la Exposición hay milongas y una vez la Plaza de España se convirtió en un boliche al aire libre. Pero, ¿dónde está Buenos Aires? Habría que buscar en las esquinas que en Sevilla tienen churretes de rímel. El tango es un baile de arrabal, de suburbio, orillero y marginal. Y Sevilla fue una ciudad con pasado de hampa y picaresca que la pluma de Cervantes llevó a Rinconete y Cortadillo para darle prestigio literario. El lenguaje de germanía del arrabal de Triana es el mismo lunfardo de barrios como Boeda o La Boca. El lunfardo, que Borges decía en El informe de Brodie que era una broma literaria inventada por saineteros y compositores de tangos, se localizaría en el compás de la mancebía, donde se escucha esa música prostibularia de acordeones desdentados y amarillentos. Los tangos negros se tocarían en los lupanares de la Alameda que es como el otro lado del barrio de Recoleta, cuando era lugar de borrachos y quilombos. En el espejo incierto en el que se miran Sevilla y Buenos Aires hay otro descubrimiento inquietante: el tango puede ser una especie de cuplé acriollado. La Sevilla de los cuplés estaba entre el Variedades de la calle Trajano y el Kursaal. Por allí pasaron argentinos ilustres para contemplar a vicetiples coronadas con plumas-sprit y tanguistas y papillonas de empinados zapatos de charol: Borges se emborracha de versos ultraístas con los poetas de la revista Grecia, Oliverio Girondo pasea por una alucinada calle Sierpes que escribirá en sus Calcomanías y Roberto Arlt relata las escenas extremas de la Semana Santa en sus Aguafuertes españoles. Se oye el aire de tangos malevos que se cantaban en el Bailetín del Palomar, cercano a la esquina de Suáres y Necochea, que regentaba Filiberto alias Mascarillas a fines del siglo XIX y que es como un espejo porteño del café cantante de Silverio Franconetti y su flamenco de voces rajás. Se puede pasear por Sevilla como si fuera el otro lado de Buenos Aires. La Casa de las Sirenas con su estilo francés es igual que el Palacio Errázuriz, mansión porteña que parece plantada en el centro de París. Y está la casona del bibliófilo Bartolomé Mitre que ahora guarda la Biblioteca Americana y que en este lado del mundo tendría que ser una casa que ya no existe, la del duque de T’Serclaes, que es nuestro bibliófilo sevillano, aunque ya nadie se acuerde de él ni de su biblioteca, ahora en Nueva York. En los años veinte, se dividió Buenos Aires en dos mitades literarias: la de Boedo –social y de las afueras– y la de Flores –estetizante y céntrica–. Arlt y Borges son los símbolos de esas mitades de una ciudad que parece un libro. Aquí no habría Boedo o Flores sino Sevilla y el otro barrio, el de los desterrados. Alvaro Avos en El cuarteto de Buenos Aires hace coincidir a Borges, Arlt, Onetti y Gombrowicz un día de 1942. ¿Cómo sería un utópico Cuarteto de Sevilla? Un día de ¿1926? se cruzarían Cernuda, Aleixandre y los hermanos Machado. ¿Se mirarían, se harían los huidizos? También se podría plantear un juego libresco al modo borgiano: Borges piensa en su libro de arena y toma pernaud en la calle Maipú que, en el otro lado de ultramar, sería la calle Cuna. Piglia, Lugones y Sábato apenas se miran mientras pasean por Sierpes-Corrientes. Mújica Laínez inventa un Bomarzo en los jardines mitológicos del Alcázar y Alejandra Pizarnik elige un suicidio sevillano al arrojarse, claro, de la Giralda.
EVA DÍAZ PÉREZ Publicado en El Mundo de Andalucía el 28 de febrero de 2005 en la sección Cartografías Urbanas.