martes, 26 de octubre de 2010

TRAVESÍAS ANDALUZAS / ÁNGEL GANIVET



LAS CARTAS FINLANDESAS DEL CÓNSUL

EVA DÍAZ PÉREZ

Desde los balcones de su casa en Helsinki, el granadino Ángel Ganivet veía el bosque de Brunksparken antes de abrirse a un inmenso mar helado. Parecía mirar dentro del paisaje, buscando parecidos que mezclaban su memoria con los caprichos de la nostalgia. «El bosque, aunque está muerto, me recuerda la Alhambra; el mar helado me hace pensar en nuestra Vega», escribió.

Ganivet hace curiosas comparaciones entre los cármenes granadinos y las quintas o villor finlandesas, entre la manteca y los jamones de Trévelez. Tiene la mirada asombrada del hombre meridional que asiste ante el espectáculo fastuoso de los fríos nórdicos.

Ángel Ganivet (Granada, 1865-Riga, Letonia, 1898) quedó hechizado por los paraísos septentrionales durante su estancia en Helsinki y Riga como cónsul de España en Finlandia. Sin embargo, sucumbió al suicidio ártico, al final estremecedor del hombre que decide acabar con su vida en las heladas aguas del río Dvina. El elegante caballero andaluz que se arroja al fondo oscuro después de haber sido rescatado por la tripulación del barco en el que viaja. Ganivet no quiso vivir más y se entregó al vientre helado del paisaje que tan bien había descrito.

El autor de Idearium español –uno de los textos que resumen el pensamiento noventayochista, de esa generación que reflexionó sobre el dolor y el mal español– vivió algún tiempo en Finlandia. Y quiso fijar en su memoria aquella patria extraña, tan diferente a su Granada natal, en Cartas Finlandesas. Una obra singularísima en España por ser de las escasas miradas de un hombre del Sur hacia el Norte.

Cartas Finlandesas se publicó en el diario El Defensor de Granada entre 1896 y 1898 y en ellas, Ganivet describió la cultura finlandesa haciendo un retrato del paisaje semejante al que escribió en su célebre Granada la bella, obra inscrita dentro de esa corriente finisecular de ensayos que intentaban atrapar el alma de los lugares.

El cónsul de España en Finlandia también añadió otros textos a sus Cartas, el pequeño ensayo Hombres del Norte en el que descubre al lector español a autores escandinavos como Ibsen, Jonas Lie o Bjornsterne Bjornson.

Las Cartas Finlandesas parten de una petición de sus amigos de la Cofradía del Avellano –tertulia literaria que Ganivet tenía en su ciudad natal–: «Varios amigos míos granadinos, miembros de la tan ilustre como desconocida Cofradía del Avellano, me han escrito pidiéndome noticias de estos apartados países».

Ángel Ganivet es consciente de cómo pueden impresionar los cuadros de costumbres finlandesas, las impresiones de un meridional ante un lugar en el que se alcanzan hasta treinta grados bajo cero o en el que varios días al año no hay luz solar.

«Voy a sorprender a mis lectores diciéndoles que aquí no hace frío. Dentro de las casas se vive en perpetua primavera, y en la calle, envuelto en pieles, suda uno más que en verano. Sólo la cara, que tiene que ir al descubierto, se resiente de las caricias, un tanto brutales, de la nieve y el viento. De 10 grados para abajo, la barba se hiela y la cara se adorna con un marco de estalactitas, cuando se vuelve a casa después de pasear un rato, de cada pelo cuelga un carámbano, y al sacudirse suena uno como una araña de cristal», escribe en sus Cartas Finlandesas.

Trampas del exotismo

Sin embargo, Ganivet no cae en la trampa del exotismo, de la narración pintoresca y superficial. Es muy interesante su reflexión sobre el otro, fruto de una mirada irónica y un juicio certero de lo que contempla. Muy diferente a la descripción apresurada, llena de tópicos y prejuicios que había caracterizado los libros que los viajeros del Norte –sobre todo los franceses– habían hecho sobre España y, en particular, sobre el apasionado y desmedido Sur.

Una imagen forjada desde el siglo XVIII que sufrirá el propio Ángel Ganivet, que en este Norte del Norte intenta «inspirar confianza» y, «a pesar de repetidos ejemplos de cordura y seriedad», concluye que su procedencia andaluza le perjudica notablemente. Ganivet no puede evitar la prevención por el «malísimo concepto como sujetos sentimentales» de los españoles que, según los finlandeses, «nos burlamos de las mujeres que no saben resistir».

Precisamente, sobre las mujeres finlandesas Ganivet hace un retrato particular, a medias entre la fascinación y cierto rechazo por no asumir la libertad de unas mujeres «demasiado callejeras», «poco femeninas» e «independientes», porque «tienen la manía de la libertad». Unas mujeres que le desconciertan porque aspiran «a la belleza intelectual». «Don Juan tiene que convertirse aquí en maestro de escuela, porque Doña Inés está cargada de diplomas».

Las Cartas Finlandesas están llenas de ironías y divertidos fragmentos. Por ejemplo, cuando describe la gastronomía un poco «salvaje» y sus desventuras para comprar ajo, ya que se vende sólo en las boticas porque nadie en Finlandia imagina que tenga una virtud más allá de lo curativo.

El escritor granadino se detiene y disfruta describiendo los paisajes helados, la gente que atraviesa pesadamente las calles bajo el frío del invierno, que permanece refugiada en sus casas tibias, «encristalados y empapelados», para añadir: «Dichosa tierra que durante meses y meses trata a sus hijos como a plantas exóticas».

lunes, 25 de octubre de 2010

"EL CLUB DE LA MEMORIA" TRADUCIDO AL ÁRABE


El Club de la memoria ha sido traducida parcialmente al árabe por el traductor Abdelatif Bazi como parte del ciclo "La costumbre de leer" que organiza la Fundación Caballero Bonald. La presentación tuvo lugar en el Centro Cultural Español en Martil (Tetuán, Marruecos) el pasado 8 de octubre.

jueves, 9 de septiembre de 2010

JOAQUÍN SOLER SERRANO



EL PERIODISMO PERDIDO DE SOLER SERRANO


EL MARTES POR la noche yo huía de la televisión actual y me refugiaba –qué remedio– en los programas antiguos y ejemplares que se hacían antes. Veía la entrevista que Joaquín Soler Serrano le hizo a Rosa Chacel en el programa A fondo de TVE –emitido entre 1976 y 1981– en la que hablaban de la vida, los exilios, España y la literatura, ese tema que tan poco se frecuenta en la caja tonta de nuestros días. Al día siguiente, descubro que Soler Serrano, ese maestro de géneros que ya ni se practican porque serían demasiado eruditos, había muerto. Me estremece pensar que mientras yo lo veía admirada en aquella entrevista, él agonizaba en su casa de Barcelona.

Ahora, al ver la galería de entrevistados de A fondo descubro que es un programa ya sólo habitado por admirables espectros:Alberti amable pero reticente a la vuelta de su exilio a la patria madrastra, Dámaso Alonso recordando sus años de juventud, Cela con fabulosas anécdotas, Dalí snob y genial, entrañable Mujica Láinez, Cortázar personalísimo. Esta galería de la memoria literaria que TVE guarda en las honduras insondables de sus fondos documentales debería ser materia obligatoria en las escuelas. Con qué cordialidad, ternura y sabiduría hacía Soler Serrano aquellas entrevistas en las que los grandes escritores –esos autores que hemos conocido ya inmortalizados en mármol– contaban sus infancias, sus pasiones librescas, las tragedias de sus vidas, las historias de amistades traicionadas.

Cuando TVE cumplió 50 años pensé que rescatarían de sus archivos programas de lujo como A fondo. Sin embargo, debieron de pensar que los programas culturales o las grandes series históricas –cuán lejanas a esa exitosa y pueril Águila roja sobre un absurdo y anacrónico siglo XVII– son asunto de gente acomodada y decidieron venderlo en los quioscos. Nada de pensar en el servicio público. ¿Por qué no pasaron ese programa por La 2? ¿Por qué no lo hacen ahora como homenaje a Soler Serrano? Me temo que en TVE ya son pocos los que consultan los fondos documentales. No hay más que ver los telediarios llenos de redactores sin más horizonte que el presentismo, reporteros callejeros a los que no les importa el documento social sino el espectáculo. Esos telediarios que ya no cuentan con periodistas que tengan más de 50 años y donde la muerte de un grande apenas merece unos minutos de recuerdo.

Así que seguiré aprendiendo de las entrevistas magistrales de Soler Serrano en A fondo en una tele a la que no le asustaba dedicar una hora a las palabras de un escritor. Qué exotismo pensar en eso hoy.

Publicado en EL MUNDO de Andalucía el 9 de septiembre de 2010

lunes, 12 de abril de 2010

TRAVESÍAS ANDALUZAS / HERNANDO COLÓN


MEMORIAL DE LOS LIBROS NAUFRAGADOS

En el fondo del mar, reposan desde hace siglos los libros que compró Hernando Colón, el hijo del almirante, el bibliófilo que recorrió toda Europa adquiriendo ejemplares. Aquellos volúmenes forman parte de un sueño de Hernando Colón, que quedó anotado en uno de sus libros de registro donde apuntaba detalles sobre cada ejemplar adquirido y que tituló: Memorial de los Libros Naufragados.

Estos títulos los compró durante sus viajes europeos, pero decidió embarcarlos en una carraca que partió de Venecia y que desgraciadamente se hundió. Durante toda su vida, Hernando Colón tuvo la intención de volver a comprar los volúmenes que había perdido, por eso guardó el valioso libro-registro con las obras ‘naufragadas’.
Los viajes librescos de Hernando Colón (Córdoba, 1488- Sevilla, 1539) son una parte poco conocida de su biografía, aunque ha sido estudiada por investigadores como Klaus Wagner y Juan Guillén, ambos desaparecidos, pero que dejaron estudios en los que seguían la huella biográfica a través de las compras que el hijo del almirante había hecho por diversas ciudades europeas.
Este Hernando Colón europeo, que llega a comprar hasta doscientos libros en un solo día en Venecia y mil en apenas un mes en Colonia, va anotando trozos de su biografía y también de la Europa de su tiempo en los volúmenes que va adquiriendo y que hoy se encuentran –los que se salvaron del tiempo y la destrucción parcial de la colección– en la Biblioteca Colombina en Sevilla.
Entre estas estampas de la Europa de su tiempo, estarían momentos como su encuentro con Erasmo de Rotterdam en Lovaina, donde viajó con la corte de Carlos V, al que servía. La visita se produce el 7 de octubre de 1520 y Erasmo cuenta entonces con 53 años y Hernando Colón con 32. El gran humanista le regala un ejemplar de su última obra impresa, Antibarbarorum. En el ejemplar aparece la dedicatoria autógrafa de Erasmo. Don Hernando añadió su puño y letra: «En Lovaina el domingo siete de octubre del año 1520, el mismo Erasmo escribió con su propia mano las dos primeras líneas».
Estas anotaciones o apostillas son muy reveladoras para seguir el rastro de los viajes europeos. Frente a los viajes de epopeya de su padre, Hernando Colón realiza itinerarios con intenciones bibliófilas, para comprar libros, su gran pasión.
Las apostillas aparecen en los márgenes, en las guardas, en las páginas en blanco. Se trata de advertencias o ideas que le surgían mientras leía o que incluso consideraba que podían servir a lectores futuro. Este hábito lo heredó de su padre, Cristóbal Colón.
El primer viaje europeo del cordobés fue a Roma en 1512. En la ciudad italiana residió hasta octubre de 1516 con intervalos en los que regresaba a su casa de Sevilla, un palacio que había construido sobre una zona que había sido muladar y que convirtió en un retiro humanista en el que seguía el lema renacentista del ocio cum litteras (con libros).
En Roma se hospedaba en un convento de franciscanos observantes, llamado de los Españoles. Por una anotación en una obra que compró sobre el comentario de Juan Britannico a las Sátiras de Juvenal, se sabe que asistió a un curso en Roma: «Yo don Hernando Colón oí exponer este libro a un cierto maestro mío en Roma desde el día 6 de diciembre hasta el 20 de este mismo mes».
Uno de los grandes viajes del bibliófilo fue en octubre de 1520, cuando acompaña a Carlos V para su coronación en Aquisgrán como emperador. El historiador Klaus Wagner aseguraba que Carlos V quiso que lo acompañara en la cita histórica «en calidad de geógrafo y consejero».
De aquí viajó con la corte a Colonia y a Worms, donde el emperador abrió las sesiones de la famosa dieta, donde compareció Lutero para retractarse de sus tesis. Tras el fracaso de las conversaciones con Lutero, Carlos V regresó a Flandes y don Hernando inicia un largo periplo libresco. Pasa y compra libros en Spira, Estrasburgo, Schlettstadt, Basilea, Milán, Pavía, Génova, Cremona, Ferrara y Venecia, adonde llega el 9 de mayo de 1521.
En una nota en la guarda final de la obra de Conrado Thuricense, Magnus Elucidarius omnes hystorias et poeticas fabulas, que compró en Gante en agosto de 1520 escribe: «Comencé a leer y anotar este libro en Bruselas el 29 de agosto de 1520; la mayor parte del mismo lo leí en Worms, ciudad de Alemania, hasta finales del mes de enero de 1521. Lo demás lo leí en diversos lugares y ocasiones».
Viaje a Inglaterra
También acompañando al emperador Carlos V, el hijo del almirante visita Inglaterra. El emperador quería ver a sus tíos, los reyes Enrique VIII y Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos.
En sus Noticias para la vida de don Hernando Colón, Eustaquio Fernández de Navarrete escribió sobre los hábitos del bibliófilo en Londres: «Mientras los caballeros se entretenían en saraos y festejos, don Hernando, poco dado a estos pasatiempos frívolos, es de creer que aprovechase la ocasión para aumentar el caudal de su saber, visitando las oficinas de los libreros y recorriendo monasterios y abadías en busca de obras impresas y códices olvidados».
En 1521 en Venecia estuvo residiendo durante algún tiempo. Por supuesto, no paró de comprar libros, así que incluso tuvo que pedir un crédito de doscientos ducados al banquero genovés Octaviano de Grimaldo a quien además pidió que embarcara los libros que había comprado en la primera parte de su viaje. Él seguiría adquiriendo títulos por otras ciudades europeas antes de regresar a Sevilla.
El cargamento de libros se hizo a la mar Venecia con destino a Cádiz y después a Sevilla. Pero la carraca naufragó y los libros se hundieron en aguas mediterráneas.
En el libro memorial del bibliófilo se lee: «Todos los libros contenidos desde el número 925 hasta aquí son los que yo dejé en Venecia a miser Octaviano de Grimaldo que los enviase y se anegaron en la mar». Aún reposan en el fondo del mar, guardados en cajas como un tesoro bibliógrafico que nadie ha logrado rescatar.

Publicado en EL MUNDO de Andalucía el 8 de abril de 2010

jueves, 11 de marzo de 2010

TRAVESÍAS ANDALUZAS / ANTONIO DE ULLOA


EL CABALLERO DEL PUNTO FIJO


EVA DÍAZ PÉREZ
Entre los personajes perdidos en la Historia, están los marinos que protagonizaron algunas de las más sorprendentes expediciones científicas. Uno de ellos es el sevillano Antonio de Ulloa, quien junto al también teniente de navío Jorge Juan formó parte de un viaje que buscaba la medición exacta del meridiano, una de las obsesiones náuticas del XVIII para emprender con garantías científicas la navegación.
En realidad, la iniciativa de la empresa se debe a Francia, concretamente a la Academia de Ciencias de París, pero la importancia de los viajeros españoles fue fundamental para el éxito de la expedición. Además, la mirada observadora y científica del marino sevillano terminó por ser determinante puesto que, como resultado de la expedición científica, se publicó una voluminosa obra en la que Antonio de Ulloa aportó reveladores conocimientos sobre las tierras próximas al Ecuador.
La razón de que una empresa francesa estuviera participada por dos marinos españoles se debe a que el terreno explorado se encontraba en el virreinato del Perú y, por lo tanto, había que pedir la autorización al rey de España, por entonces Felipe V.
Felipe V, entusiasmado con la expedición, ordenó que dos oficiales acompañaran a los académicos franceses «para asistir a todas las observaciones que hiciesen». Esos oficiales fueron un alicantino y un sevillano, recién salidos de la Compañía de Caballeros Guardias Marinas, fundada en 1717 en Cádiz para recuperar esa perdida tradición de marinos, científicos y cosmógrafos de la Casa de la Contratación con cuyos tratados aprendió a navegar Europa. Esta escuela se convirtió en auténtica redención de la nobleza, que destinó a sus hijos como caballeros cadetes que aprendían con bagaje científico –que nada recordaba el de los antiguos pilotos de altura y escuadría de los dos siglos anteriores– los secretos de la navegación.
La elección de Antonio de Ulloa se debe, en realidad, a uno de esos azares del destino, ya que en un primer momento se decidió que fuera el guardiamarina José García del Postigo quien acompañara a Jorge Juan, pero al estar de campaña por ultramar, se optó por otro aventajado alumno. Así el sevillano entra en la Historia protagonizando esta campaña geodésica.
Antonio de Ulloa había nacido en Sevilla en la calle del Clavel, «en el caserón que hace esquina a la de las Armas» en 1716. Teniendo sólo 13 años, su padre lo embarcó en un viaje por mar para que tomara gusto al medio. Luego ingresó en la Compañía de Guardias Marinas de Cádiz con resultados muy brillantes.
El viaje a las tierras de Ecuador se inició el 26 de mayo de 1735. Era en Cartagena de Indias donde tenían previsto el encuentro con los académicos franceses quienes se retrasaron en la llegada varios meses, tiempo que utilizaron los españoles para hacer estudios físicos y etnográficos de la ciudad.
Al ser la empresa de origen francés, la gloria de la posteridad se la llevaron los académicos galos, quedando los españoles en el olvido, no sólo por el mundo sino también por su propio país, como ha sido constante en la Historia de España.
Para luchar contra esta desmemoria, el escritor y marino Julio F. Guillén escribió un libro de desagravio: Los tenientes de navío Jorge Juan y Antonio de Ulloa y la medición del meridiano en el que pone en su lugar a los marinos españoles destacando además algunos episodios protagonizados por los franceses, como las discusiones, las intrigas y la falta de rigurosidad científica de algunas mediciones, sobre todo, por parte del extravagante La Condamine.
Sin embargo, la mala fortuna hizo que este libro patriótico se cruzara con el estallido de la Guerra Civil. Julio F. Guillén tuvo que terminar el libro en el trágico verano de 1936 y, aunque pudo publicarse en septiembre, se perdió casi toda la edición salvo unos ejemplares que se encontraban en el Museo Naval. El libro no se pudo reeditar hasta el año 1972.
Pero volviendo a la expedición, los caballeros franceses llegaron por fin a Cartagena y pudo iniciarse el viaje a Quito, territorio elegido para las mediciones. Fue allí donde recibieron los instrumentos que eran un péndulo simple, varios anteojos de longitud, dos sextantes de reflexión y un cuadrante de radio. Todos realizados por el instrumentista Langlois.
El llano elegido para la medición era un lugar de nieves perpetuas que Ulloa relató en su Relación: «Estábamos envueltos en una nube tan espesa que no dejaba libertad a la vista para percibir ningún objeto a distancia de seis u ocho pasos».
Las vigilias de cálculos y las durísimas jornadas de observación requerían el esfuerzo de los científicos quienes para hacer las mediciones debían permanecer en ocasiones durante largas horas en el mismo lugar con el fin de que los cálculos fueran correctos. Ésta es la razón por la que comenzaron a ser llamados por los indios de las zonas cercanas como los caballeros del punto fijo.
Caballeros del punto fijo
Sobre esta circunstancia hubo no pocas anécdotas, ya que algunos los tomaban por locos al estar durante horas quietos en un mismo punto, mientras que otros consideraban que semejante esfuerzo se debía a que buscaban minerales preciosos por secretos artificios y magias. Incluso algunos indios se arrodillaban al paso de los geodestas, porque consideraban que todo lo sabían.
Otro lugar escogido para las mediciones fue Cuenca, tres grados al sur de Quito, casi en plena equinoccial, donde Antonio de Ulloa, gran aficionado a la botánica, tomó muchos apuntes.
Sin embargo, cuando faltaba la medición en el mar, los marinos españoles tuvieron que ausentarse de la expedición. La razón fue que el virrey de Perú les enconmendó la organización de las escuadras marinas ante la amenaza del almirante inglés Anson, que pretendía hostilizar las costas y el comercio de Chile y Perú.
Gracias a esta circunstancia, Ulloa visitará Lima, un lugar que le entusiasmará. Ulloa, al ver la catedral, la comparó con la de su ciudad natal: «Imita en su arquitectura interior a la que luce en la catedral de Sevilla, aunque no es de tanta capacidad». Además, fue en Lima donde se casó con la criolla doña Francisca Remírez de Laredo y Encalada, hija de los condes de San Javier.
En el tornaviaje, Jorge Juan y Ulloa viajaron en navíos distintos para que si naufragaban o eran apresados no se perdieran las notas y cálculos. Circunstancia que ocurrió con el barco de Ulloa, que fue apresado por ingleses que, finalmente lo liberaron. En Londres, fue presentado a míster Martin Folkes, presidente de la Royal Society, quien lo propuso como miembro del cuerpo.
Antonio de Ulloa regresó a Madrid el 25 de julio de 1746, después de un viaje de 11 años. Acababa de morir Felipe V y ahora reinaba Fernando VI estando como ministro el marqués de la Ensenada, que elogió el mérito de los españoles.
Ulloa y Jorge Juan terminaron de escribir su obra en 1747, que se editó de forma exquisita y se tradujo en varios países. Mientras, los académicos franceses publicaron varios volúmenes en los que se atacaban unos a otros intentando su versión de la expedición y arrogándose el mérito de la empresa.
Publicado en EL MUNDO de Andalucía el 25 de febrero de 2010

viernes, 26 de febrero de 2010

TRAVESÍAS ANDALUZAS / LEÓN EL AFRICANO


EL SABIO QUE VIAJÓ POR ÁFRICA

EVA DÍAZ PÉREZ

El granadino Juan León de Médicis –también llamado Hasan ben Muhammad al-Wazzan al-Fazi al-Garnati o popularmente conocido como León el Africano– fue un sabio viajero que recorrió el desconocido continente africano, adentrándose en las selvas y desiertos, describiendo curiosas costumbres y deslumbrando con un mundo diferente y salvaje. Un personaje de novela como bien descubrió el escritor libanés Amin Maloof.
León el Africano es el autor de un libro revelador, Descripción de África (1550), una obra que marcaría muchos de los viajes del siglo XVI, época de hallazgos y descubrimientos con la excusa de las aperturas de rutas comerciales pero que llevaron al hombre occidental a abrir sus horizontes y repensar el mundo conocido.
León el Africano nació en Granada, justo en las vísperas de la reconquista de Granada por los Reyes Católicos. Poco después del establecimiento de los cristianos, su familia inicia el camino del destierro a causa de la traición a las promesas sobre tolerancia con la religión, cultura y costumbres que los nuevos señores habían hecho al establecerse en el antiguo reino andalusí.
Así, la familia del joven marcha al exilio que llevó a varias familias al Norte de África. Con esa mirada nostálgica a Granada, partirá León el Africano, una mirada europea que sólo renacerá años más tarde cuando el joven exiliado regrese a la tierra olvidada.
El éxodo al norte de África se inicia en 1493. La educación del joven granadino será en Fez, ciudad que acogería a numerosos exiliados andalusíes. Su tío era embajador del sultán y con él inicia un viaje trascendental en la biografía de León el Africano. Recorre Marruecos en misiones comerciales y diplomáticas para el sultán de Fez, el wattasí Muhammad al-Burtugali, llamado el portugués. El joven León absorbe conocimientos, ‘bebe’ paisajes y se subyuga con la contemplación de pueblos, geografías y costumbres que años más tarde recopilará en su fundamental tratado.

Repasando su interesante Descripción de África se descubre, además de descripciones puramente geográficas o de costumbres, una auténtica novela de aventuras. Es el caso de lo ocurrido en uno de los caminos del desierto. Después de la descripción sobre el territorio, el viajero se adentra en el peligroso desierto, con amenazas de ladrones, saqueadores y, sobre todo, el calor y la sed. «Este es un país casi todo de arena. Detrás de Numidia están los desiertos de Libia, tierras completamente arenosas, hasta la tierra Negra».
En este viaje, León el Africano partió con unos mercaderes de Fez en el monte Atlas donde comenzó a «caer nieve fría y espesa». El joven León recibe la propuesta de un grupo de árabes para abandonar la caravana para llegar a un buen alojamiento que ellos conocían. «Yo, no pudiendo rehusar la invitación y temiendo que se tratara de algún engaño, pensé en quitarme de la espalda una buena suma de dinero que llevaba conmigo».
Así, León el Africano finge la urgencia de necesidades naturales para retirarse y esconder su bolsa de dinero. «Me retiré aparte, bajo un árbol, y allí oculté y dejé lo mejor que pude mi dinero entre piedras y montones de tierra, señalando con presteza el árbol junto al cual lo había dejado. Hecho esto, me puse a seguir el camino de los otros y, habiéndoles alcanzado, cabalgamos reunidos en silencio hasta la media noche».
Tal y como había deducido el avezado viajero, los falsos mercaderes le preguntan por el dinero y viendo que no tiene nada encima deciden mofarse de él. Le obligan a quitarse la ropa, a pesar del frío de la noche. Luego apresan a un judío que llevaba un cargamento de dátiles en la misma caravana y a él le roban el caballo y lo dejan a su suerte.
Otro de los peligros con los que se topa el africano es con el riesgo de morir de sed en el desierto. En Numidia advierte del peligro de las mordeduras de escorpiones y serpientes y en Libia «también país muy desierto, seco y arenoso» anuncia al viajero que no se encuentran fuentes, ni ríos, ni agua.
En el itinerario de Fez a Tombut explica que los mercaderes que hacen este viaje en estación distinta al invierno corren gran peligro porque entonces soplan los sirocos o vientos meridionales, «los cuales levantan tanta arena y cubre los pozos de tal manera que no se distinguen señales ni pozos». El resultado: el viajero muere de sed.
Una de las visiones más estremecedoras del desierto es, precisamente, la de los huesos desperdigados de mercaderes y viajeros que murieron de sed. Por ejemplo, en el desierto de Azacad describe dos sepulturas halladas en el camino en el que están grabados los nombres de dos hombres. «Uno de los cuales fue un comerciante muy rico el cual, atravesando el desierto con una sed extrema, y abatido al fin por ella, compró al otro, que era arriero, una taza de agua en la cantidad de diez mil ducados. Esto no obstante murieron de sed el mercader que compró el agua y el arriero que se la vendió».
No olvida León el Africano dar un consejo para salvar la vida: «Consiste en matar a un camello, exprimir el agua de sus intestinos y beber de ella, reservando la sobrante hasta que llegan a algún pozo o hasta que la muerte pone fin a la sed».
Preso y liberado
León el Africano visitó África del Norte, Egipto y parte de Asia. En la isla de Gelves fue apresado por una escuadra cristiana o por corsarios sicilianos, según otras fuentes, pero es tan grande su sabiduría que sus captores deciden no convertirlo en un simple esclavo. Así, es conducido a Roma y en 1517 se convirtió al cristianismo con el nombre de Juan León de Médicis. Su sabiduría y humanidad fueron tan célebres que el propio papa León X fue su amigo personal. Éste permitió la traducción de algunos escritos suyos a la lengua italiana, pero a la muerte del pontífice León el Africano decidió renunciar al cristianismo y regresó a África y al islamismo.
Murió en Túnez en 1554 recordando su fascinante vida. Como escribió Amin Malouf en su novela León el Africano: «Mi sabiduría ha vivido en Roma, mi pasión en el Cairo, mi angustia en Fez, y en Granada vive aún mi inocencia».

domingo, 14 de febrero de 2010

TRAVESÍAS ANDALUZAS / PERO TAFUR


NUEVA SERIE PUBLICADA EN EL MUNDO DE ANDALUCÍA:
LOS VIAJES DEL CABALLERO PERO TAFUR

EVA DÍAZ PÉREZ / Sevilla
Frente a la tradición de la Andalucía narrada por los viajeros extranjeros fascinados por el exotismo meridional, existe otra visión más desconocida e insólita: la de los andaluces viajeros que describieron el mundo. De Andalucía, tierra archicontada por la mirada de los ‘otros’, construida sobre un imaginario de visiones ajenas de forasteros, también partieron personajes que se atrevieron a contemplar e interpretar el mundo. Una curiosidad, por cierto, no muy habitual en la historia española que, sin embargo, caracterizó a andaluces de todas las épocas, desde las embajadas de Al-Andalus hasta los itinerarios comerciales, pasando por los viajes al Nuevo Mundo o las expediciones científicas.
Esta poco conocida agudeza andaluza para interpretar el mundo tiene en Pero Tafur uno de sus personajes más destacados. Este caballero, probablemente nacido en Sevilla y que residió buena parte de su vida en Córdoba, recorrió Europa y África en una travesía que detalló en una obra excepcional: Andanzas y viajes de Pero Tafur por diversas partes del mundo avidos.
Pero Tafur realizó su viaje entre 1436 y 1439, pero no escribió sus andanzas hasta varios años más tarde, concretamente en 1454 ó 1455. La crónica del viaje evocaba también los años de su juventud –cuando escribe se acerca a los cincuenta–, por lo que es también un libro de memorias, una hermosa evocación heroica ya desde su retiro amable en Córdoba.
Siendo uno de los pocos libros que narran viajes medievales –como el de la famosa embajada de Ruy González de Clavijo ante el Gran Tamerlán– no se publicó hasta el siglo XIX. Marcos Jiménez de la Espada lo editó a partir de una copia manuscrita del siglo XVIII.
Precisamente, la Fundación José Manuel Lara acaba de rescatar este libro histórico dentro de su colección de Clásicos Andaluces con introducción de Miguel Ángel Pérez Priego quien comenta la importancia de la crónica de viajes de Pero Tafur como fotografía-fija de un momento histórico, el de las tensiones en los años previos a la caída de Constanticopla, así como la definitiva descomposición del imperio de Oriente, las vísperas del dominio turco en el Mediterráneo y la decadencia del poderío naval de genoveses y venecianos. No falta en el recorrido de este caballero andaluz un repaso a «los conflictos políticos en Europa central y las ciudades del Sacro Imperio, la persecución de los husitas o el cisma creado por el concilio de Basilea».
Pero ¿quién era este audaz Pero Tafur? Parece que nació entre 1405 y 1410 y se crió en Sevilla, participó en las guerras de Reconquista y llegó a ser caballero veinticuatro en la ciudad de Córdoba. El viaje a tierras extrañas que protagoniza Pero Tafur tiene relación con cierta idea caballeresca, la de probar el valor con una empresa arriesgada, como hacían tradicionalmente los héroes caballerescos –los reales y los de las ficciones de las novelas de caballería– en sus famosas salidas.
El viaje de Pero Tafur es una magnífica ilustración de la mencionada agudeza de la mirada andaluza para interpretar el mundo. Tafur, como hacían los viajeros-descubridores de su época, aplica las claves de su mundo conocido a las tierras extranjeras. Es lo que ocurre cuando llega a Venecia y compara el Campanile de San Marcos o las pirámides de Egipto con la altura de la torre mayor de Sevilla (que a finales del siglo XVI se llamaría Giralda). También asemeja el tamaño de la ciudad de Viena con el de la Córdoba de su época y el de Sevilla con Cafa, Breslau, Padua o Palermo.
Muchas son las aventuras que vivió Pero Tafur desde que salió de Sevilla, aunque faltan las primeras páginas del manuscrito en el que se debía de detallar la partida. El caballero recopilará toda suerte de novelescos episodios como cuando en Gibraltar asiste a una de las batallas de reconquista y presencia el naufragio y la muerte del conde de Niebla. Tafur peregrinará a los Santos Lugares; intentarán asaltarle cerca de Viena; será apresado en Maguncia; vivirá una terrible tormenta en el Golfo de León, un naufragio en Chíos e inclemencias terribles en el paso de los Dardanelos, y sufrirá una herida de flecha cerca de la que fue puerta de Troya. Además, Pero Tafur se encargará de labores diplomáticas en El Cairo al portar cartas del rey de Chipre al sultán de Egipto.
Sin embargo, el viaje resume también el espíritu de su tiempo, una época que se mueve entre la creación de los grandes Estados en el inminente Renacimiento y las leyendas medievales. La tradición de los viajeros en busca de mitos –lo que se llamará los «mitos motores» del Descubrimiento– también marcará a Tafur quien en el estrecho de Mesina, donde los antiguos situaban los peligros marinos de Escila y Caribdis, descubre a las sirenas y las describe con el toque de misterio con que se hablaba de los monstruos en los libros de viajes.
También tendrá este itinerario mucho de peregrinaje para venerar reliquias, otro impulso que arrastró a miles de viajeros de su época. Tafur visitó Roma –que desde el año 1300 se convirtió en un lugar santo– y en su relato orienta a los futuros viajeros sobre dónde se encuentran las reliquias o los días en que se pueden ganar indulgencias.
Pero además de como ‘moderno’ libro de viajes, la obra de Tafur se lee a veces como una novela de aventuras. Es lo que ocurre cuando en Nüremberg ve expuesta la lanza de la Cruxifición. El caballero se atreve a comentar que ya había visto el objeto sagrado en Constantinopla, por lo que los que lo escuchan están a punto de agredirlo: «Yo dixe cómo la avía visto en Constantinopla, e creo que, si los señores allí non estuvieran, que me viera en peligro con los alemanes por aquello que dixe».
Una de las etapas más interesantes de su viaje es la de la visita a Jerusalén. Saliendo de Venecia –que se convierte en su lugar de referencia, porque de allí parte en tres de las cuatro etapas del viaje– llegará a las ciudades griegas de Corfú y Modón, y a las islas de Creta y Rodas. Luego desembarca en el puerto de Jafa y es trasladado a Jerusalén donde lo hospedan los frailes de Monte Sión. Pero Tafur tendrá que disfrazarse de moro y «acompañado de un renegado portugués» visitará el templo de Salomón convertido en mezquita por Saladino.
Tafur también remontará el Nilo y llegará a El Cairo donde estuvo un mes «mirando muchas cosas e muy estrañas, mayormente a los de nuestra nación». Viajará de Norte a Sur por parte del mundo conocido recorriendo la Europa septentrional, por Flandes y la ribera del Rin, que «es sin duda la más fermosa cosa de ver en el mundo».