domingo, 30 de diciembre de 2007

DE CORRIENTES A SIERPES


En la estantería 125 –caja 5– del Archivo de Indias de Sevilla está el legajo 4, el plano del reparto de solares de la ciudad de Buenos Aires realizado en 1583 por el fundador Juan de Garay. Es el principio de una relación extraña y quizás imposible. Sevilla y Buenos Aires ante un espejo. Elijamos un lugar porteño, la avenida Corrientes de la que Roberto Arlt escribía que, mientras las calles honestas se dormían para despertarse a las seis, «Corrientes, la calle vagabunda, enciende a las siete de la tarde sus letreros luminosos». Y sobre el plano de Sevilla, una calle:_Sierpes cuando era la calle que no dormía, con sus cafés abiertos hasta la herida más profunda de la madrugada, calle por la que se escapaba el humo azulenco de las juergas a través de sus ventanas con ojeras de mujer fatal. Aunque ya sólo es como esas calles dormidas de las ciudades muertas. En los espejos de las ciudades se pueden encontrar curiosos reflejos como una Sevilla de aires porteños, músicas de arrabal y con la luz ambarina y descarada de Buenos Aires. Todos los miércoles en el Casino de la Exposición hay milongas y una vez la Plaza de España se convirtió en un boliche al aire libre. Pero, ¿dónde está Buenos Aires? Habría que buscar en las esquinas que en Sevilla tienen churretes de rímel. El tango es un baile de arrabal, de suburbio, orillero y marginal. Y Sevilla fue una ciudad con pasado de hampa y picaresca que la pluma de Cervantes llevó a Rinconete y Cortadillo para darle prestigio literario. El lenguaje de germanía del arrabal de Triana es el mismo lunfardo de barrios como Boeda o La Boca. El lunfardo, que Borges decía en El informe de Brodie que era una broma literaria inventada por saineteros y compositores de tangos, se localizaría en el compás de la mancebía, donde se escucha esa música prostibularia de acordeones desdentados y amarillentos. Los tangos negros se tocarían en los lupanares de la Alameda que es como el otro lado del barrio de Recoleta, cuando era lugar de borrachos y quilombos. En el espejo incierto en el que se miran Sevilla y Buenos Aires hay otro descubrimiento inquietante: el tango puede ser una especie de cuplé acriollado. La Sevilla de los cuplés estaba entre el Variedades de la calle Trajano y el Kursaal. Por allí pasaron argentinos ilustres para contemplar a vicetiples coronadas con plumas-sprit y tanguistas y papillonas de empinados zapatos de charol: Borges se emborracha de versos ultraístas con los poetas de la revista Grecia, Oliverio Girondo pasea por una alucinada calle Sierpes que escribirá en sus Calcomanías y Roberto Arlt relata las escenas extremas de la Semana Santa en sus Aguafuertes españoles. Se oye el aire de tangos malevos que se cantaban en el Bailetín del Palomar, cercano a la esquina de Suáres y Necochea, que regentaba Filiberto alias Mascarillas a fines del siglo XIX y que es como un espejo porteño del café cantante de Silverio Franconetti y su flamenco de voces rajás. Se puede pasear por Sevilla como si fuera el otro lado de Buenos Aires. La Casa de las Sirenas con su estilo francés es igual que el Palacio Errázuriz, mansión porteña que parece plantada en el centro de París. Y está la casona del bibliófilo Bartolomé Mitre que ahora guarda la Biblioteca Americana y que en este lado del mundo tendría que ser una casa que ya no existe, la del duque de T’Serclaes, que es nuestro bibliófilo sevillano, aunque ya nadie se acuerde de él ni de su biblioteca, ahora en Nueva York. En los años veinte, se dividió Buenos Aires en dos mitades literarias: la de Boedo –social y de las afueras– y la de Flores –estetizante y céntrica–. Arlt y Borges son los símbolos de esas mitades de una ciudad que parece un libro. Aquí no habría Boedo o Flores sino Sevilla y el otro barrio, el de los desterrados. Alvaro Avos en El cuarteto de Buenos Aires hace coincidir a Borges, Arlt, Onetti y Gombrowicz un día de 1942. ¿Cómo sería un utópico Cuarteto de Sevilla? Un día de ¿1926? se cruzarían Cernuda, Aleixandre y los hermanos Machado. ¿Se mirarían, se harían los huidizos? También se podría plantear un juego libresco al modo borgiano: Borges piensa en su libro de arena y toma pernaud en la calle Maipú que, en el otro lado de ultramar, sería la calle Cuna. Piglia, Lugones y Sábato apenas se miran mientras pasean por Sierpes-Corrientes. Mújica Laínez inventa un Bomarzo en los jardines mitológicos del Alcázar y Alejandra Pizarnik elige un suicidio sevillano al arrojarse, claro, de la Giralda.
EVA DÍAZ PÉREZ Publicado en El Mundo de Andalucía el 28 de febrero de 2005 en la sección Cartografías Urbanas.

sábado, 22 de diciembre de 2007

SUEÑOS LIBRESCOS EN MÉXICO


Ahora que intento recordar el viaje a Guadalajara (México) todo me parece un sueño, un vértigo de horas, un paseo interminable entre edificios, torres, escaleras, plazas, calles de libros. ¿Habrá sido todo un sueño? Repasemos: viajamos casi un día entero en avión -con tres escalas: Madrid, México D.F. y Guadalajara- acompañando al sol, con lo que nunca se hacía de noche. Ay, aquella noche mexicana... Pienso que fue al pisar tierra cuando la mareada, aturdida y derrotada comitiva andaluza quedó embrujada por el llamado efecto de la metáfora traidora: llámese también, patología del realismo mágico. O quizás sea por culpa de un efecto retrasado de tanta lectura realismomágica en los tiempos adolescentes.
Bien, mi periplo mexicano consistió en deambular por la inmensa Feria del Libro y asistir sorprendida a una manifestación popular y lúdica en torno al mundo del libro: hecho insólito viniendo de España, la ignorante y desmemoriada madre patria. El viaje incluyó también algunas escapadas inevitablemente turísticas (eran sólo tres días de estancia) a los monumentos más significativos incluido el asediado enclave de Tlaquepaque, reino del souvenir, donde degustar platos típicos y aromas de tequila.
En la Feria descubrí fascinada algunas editoriales míticas: el Fondo de Cultura Económica, la Librería Porrúa, los libros del Colegio Español de México. Y, por supuesto, caí en las diversas tentaciones del mal de los bibliómanos, una especie de pecado de lujuria y gula en forma de pasión libresca.
Algo que no me gustó fue la excursión excesiva de políticos y variadísima fauna cultureta ajena (o ajenísima) al mundo de los libros: cantantes, bailaores, flamencos, actores, etc. Hubo quien en un discurso politizado habló de gorrones, pero es verdad que hubo más de uno. En fin, todo esto con el tiempo quedará en anécdota. O quizás no...
Es curioso, pero en los días anteriores al viaje tuve un sueño extrañísimo. Llegaba a Guadalajara. Compraba un mapa de la ciudad y me ponía a recorrer sus librerías de viejo (yo tenía la incauta pretensión de buscar libros del exilio intelectual republicano, todo ese catálogo de obras jamás reeditadas que ahora duerme el sueño del olvido). Bien, pues comenzaba a recorrer calles de curiosos nombres, que yo iba inventando en el complejo proceso surrealista: algo así como Avenida de los Conquistadores, calle del Mexique, plazuela del Ágave. No sé si en Guadalajara existe realmente ese callejero que yo inventé en mi sueño. El caso es que deambulando, o casi siguiendo la deriva situacionista de una flâneur incauta, me topé con una calle de color azul. Y es ahí donde, sin darme cuenta, me pica un moscardón mexicano que me provoca un gran dolor en el brazo. Me desmayo y termino en el hospital. Así, paso mis días mexicanos en una habitación del hospital de Guadalajara. Desesperada veo cómo en la televisión de la habitación del hotel emiten la inauguración de la Feria del Libro y son los políticos y flamencos -no se veía a ningún escritor- quienes se apropian del evento y conquistan el alma de los mexicanos. La verdad es que algo así ocurrió. Yo me muerdo de rabia en la cama del hospital gritando contra esos moscones que se han colado en la feria de los letraheridos. ¿Alguien me puede decir qué significa este extraño sueño?

EVA DÍAZ PÉREZ

Fragmento publicado en el libro Guadalajara 2006, de Salvador Gutiérrez Solís (Berenice, 2006)

sábado, 15 de diciembre de 2007

UNA FOTOGRAFÍA QUE RESULTÓ DESTINO


El viento de la guerra veló aquella fotografía, pero no logró ser vencida por la niebla de la muerte y el exilio. El tiempo parece congelado en la instantánea donde todos posan serios y circunspectos, sin saber que la imagen los condenará a vagar eternamente reproducidos en miles de manuales por los siglos de los siglos.
Pero desalojemos la nube de magnesio que envuelve esta fotografía. Corre el mes de diciembre de 1927. Llueve en Sevilla. Un grupo de poetas baja del tren expreso entre carcajadas. Juegos, bromas, ludus de poesía gamberra en el tren que los lleva a las tierras del Mediodía. Están Federico García Lorca, Rafael Alberti, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Juan Chabás, Jorge Guillén y José Bergamín: los nietos de Góngora.
El Ateneo de Sevilla los invitó a la capital poética de España, según había proclamado Juan Ramón Jiménez, para culminar los actos de homenaje a Góngora con una serie de conferencias y recitales más una fotografía de recuerdo que llegaría a ser histórica. Se conmemoraba la muerte del gran poeta aúreo –ya se sabe que a las grandes generaciones les atraen las tumbas simbólicas: la del 98 en la de Larra, la del 27 en ésta de Góngora, y la del 50 en la de Antonio Machado-, pero el viaje a Sevilla fue, sobre todo, la confirmación de la amistad y la autoconciencia de que eran un grupo poético. Lo recordó, muchos años más tarde, Dámaso Alonso: “Mi idea de la generación a que (como segundón) pertenezco, va unida a esa excursión sevillana”.
En Madrid, habían celebrado diversos juegos canallas -funeral en Las Salesas, ‘juegos de agua’ en la Academia o el auto de fe-, así que a Sevilla llegaron para lanzar la traca final al año gongorino. Por eso, además de las sesudas conferencias, la Sevilla de aquellas postrimerías del año 27 asistió a la celebración de la vida de unos jóvenes poetas: fiesta de disfraces morunos, delirante sesión de hipnosis, banquetes, soirèes flamencas, una visita al manicomio, veladas báquicas en las tabernas de Triana y hasta una peligrosa travesía por el Guadalquivir.
Las conferencias, que se celebraron en la calle Rioja, comenzaron el viernes 16 de diciembre con la inauguración y saludo a cargo de Bergamín. Así lo recordaba Alberti en La Arboleda perdida: “El público jaleaba las difíciles décimas de Guillén como en la plaza de toros las mejores verónicas. Federico y yo leímos, alternadamente, los más complicados fragmentos de las Soledades de don Luis, con interrupciones entusiastas de la concurrencia. Pero el delirio rebasó el ruedo cuando el propio Lorca recitó parte de su Romancero gitano, inédito aún. Se agitaron pañuelos como ante la mejor faena coronando el final de la lectura el poeta andaluz Adriano del Valle, quien en su desbordado frenesí, puesto de pie sobre su asiento, llegó a arrojarle a Federico la chaqueta, el cuello y la corbata”. A las conferencias asistió otro poeta que, aunque no apareció en la fotografía, llegó a ser uno de los miembros clave de la generación: el sevillano Luis Cernuda. Y cómo olvidar la presencia siempre burlesca y embromada de Pepín Bello que entonces residía en Sevilla, donde trabajó algún tiempo, proponiendo juegos y chistes de putrefactos.
La joven generación también acudió a un almuerzo en la Venta de Antequera que fue el homenaje que el grupo de la revista MediodíaRomero Murube, Juan Sierra, Rafael Porlán, Alejandro Collantes, Rafael Laffón, Fernando Villalón- tributó a sus colegas. Allí, en un banquete de huevos a la flamenca se produjo el hermanamiento entre poetas y se coronó a Dámaso Alonso.
El torero Ignacio Sánchez Mejías se ocupó de agasajarlos y asumir los gastos de la visita, que se alargó algunos días más de los previstos. En la finca del diestro ilustrado, situada en Pino Montano, tuvo lugar una de las fiestas más surrealistas: la noche de los disfraces moros. La joven literatura “bebió largamente” disfrazada de abencerrajes, almohades de sedas encogidas y nazaríes de arrabal.
Probablemente, hubo un momento en el que “la brillante pléyade” perdió la noción de las noches y los días como atestiguaba Jorge Guillén: “Todo fantástico. ¡Viva Andalucía! En efecto, ¡qué impresión de cosa soñada, de irrealidad, de horas fantásticas!”. O Dámaso Alonso, que también evocó el ambiente de aquellas veladas: “Nos sumergíamos profundamente (hasta el amanecer) en el brujerío de la noche sevillana. Dormíamos desde la salida del sol hasta el crepúsculo vespertino. Sólo en viajes posteriores he visto la Giralda a la luz del día”.
Sólo así se explica que una madrugada, después de las sesiones hipnóticas y la actuación sublime de Manuel de Torre y el Niño de Huelva -con aquellos martinetes que a Lorca le sonaban a “tronco de faraón”, según la célebre anécdota de las “placas de Egipto”-, decidieran visitar el manicomio de Miraflores como tributo al más puro surrealismo. En aquella época, Sánchez Mejías estaba preparando su obra de teatro Sinrazón, inspirada en el mundo de la locura, y quizás quiso saber qué pensaban los niños poetas de los complejos laberintos de la mente.
Otra de las singulares aventuras sevillanas fue la travesía “heroica y nocturna del Betis desbordado”, como relató Guillén. Habían recorrido las tabernas de Triana y la noche les parecía que tenía el color cárdeno de los vinazos. Tenían que regresar a Sevilla, donde se alojaban en el Hotel París, pero en medio estaba el Guadalquivir, de un verde oscuro de aceite antiguo, un hermoso y siniestro paisaje fluvial con un bosque de mástiles y olor a brea y sardinas salpresadas. Bien cargados de vino tabernario decidieron atravesar el río en barca, decisión osada ya que el Guadalaquivir venía desbordado por las lluvias de aquellos días. Lo que al principio fue una continuación de la juerga trianera se convirtió en un temerario episodio, que a punto estuvo de terminar con la joven generación literaria apenas nacida. Dámaso Alonso lo evocó en su libro Poetas españoles contemporáneos. “Era muy de noche. El Guadalquivir, crecido, inmenso toro oscuro, empujaba la barca; la quería para sí y para el mar. La maroma, de orilla a orilla, que nos guiaba describía ya una catenaria tan ventruda que parecía irse a romper. Aún traíamos las risas de tierra, pero se nos fueron rebajando, como con frío, y hacia la mitad de la corriente sonaban a falso, a triste. (…) Imagen de la vida: un grupo de poetas, casi el núcleo central de una generación, atravesaba el río. La embarcación era un símbolo”.
Es curioso fabular pensando qué habría sido de aquella generación poética si finalmente un golpe traicionero del río los hubiese arrastrado al fondo después de una memorable jornada de juerga y poesía. Tenía el destino guardado otro final para aquellos poetas.
Fue Jorge Guillén quien escribió el poema definitivo, Unos amigos, que resume el ambiente de aquel viaje, aquel “azar que resultó destino”: “Y nacieron poetas, sí, posibles./ Todo estaría por hacer./ ¿Se hizo?/ Se fue haciendo, se hace./ Entusiasmo, entusiasmo./ Concluyó la excursión,/ Juntos ya para siempre”.

EVA DÍAZ PÉREZ (Publicado en la Revista "Mercurio" Mayo de 2007)

miércoles, 12 de diciembre de 2007

EL CAMARÓGRAFO DE LOS LUMIÈRE



En la película número 158 del Catálogo Lumière está atrapada Sevilla desde hace más de un siglo. El letrero dice: Espagne: courses de taureaux I. Sevilla, 25 de abril de 1897. La ciudad sigue divagando en ese álbum en movimiento, en fotogramas prehistóricos captados por un ojo mecánico. El cameraman ha colocado el trípode en un punto y el objetivo se va tragando los divertimentos de una ciudad de fantasmagoría. Hay muchachillos que se ocupan en dar pases de pecho a vaquillas, entrenan el artificio de la verónica y hasta creen que el bicho es un morlaco corniveleto, zahíno y alto de agujas, como será el toro que les dará la inmortalidad o la muerte definitiva, una tarde no muy lejana.
¿Quién estaba al otro lado de esa cámara Lumière? Es todo un misterio, aunque hay varias hipótesis. Al menos hay tres personajes que retrataron por primera vez para el cine la imagen de Sevilla: Francis Doublier, Alexander Promio o Jean Busseret. ¿Quién llegaría con el invento revolucionario esa primavera de 1897 a una Sevilla sorprendida de luz?
No hace mucho que el Salón Suizo de la calle Sierpes (números 27-29, para quien esté interesado en la arqueología cinematográfica) acogió la primera proyección en Sevilla de este mágico artilugio. Fue el 16 de septiembre de 1896: «Cinematógrafo Lumière. Todos los días, de dos a siete de la tarde y de ocho a doce de la noche, sesiones cada media hora». Cómo salían aquellos sevillanos de leontina y corbata plastrón después de ver El regador regado, Los obreros saliendo de una fábrica y, sobre todo, la llegada del tren correo que parecía precipitarse sobre los asustados espectadores. Andar por la calle Sierpes después de contemplar durante un rato aquellas imágenes alucinadas en movimiento provocaba caídas y un temblor de tobillos como si caminaran por adoquines inciertos.
Pero nadie había atrapado aún esa cierta idea de Sevilla, aunque existe otro dato curioso en este misterio sobre el primer cameraman que grabó Sevilla. Hay noticia sobre alguien que se anticipó a los enviados de los hermanos Lumière. Se trata del operador Henry William Short, que trabajaba para la empresa inglesa de Robert W. Paul. Parece que en el verano de 1896 filmó diversos escenas sevillanas que tituló de forma similar a como lo haría más tarde el misterioso cameraman de los Lumière: Danza andaluza, Procesión, Salida de misa y Toreros (o Una corrida de toros en Sevilla).
A pesar de este precursor, fueron los Lumière quienes crearon una auténtica factoría de operadores a los que entrenaban desde Lyon, ciudad natal de los inventores. Luego, deambulaban como trotamundos cargados con el artilugio que conseguía atrapar en una pequeña inmortalidad, en la fragilidad del tiempo sin tiempo que es el cine. Estos operadores pioneros eran en realidad como esa figura del flâneur o el paseante que presentó Baudelaire y luego Walter Benjamin, un personaje que callejea intentado atrapar el alma de una ciudad.
Pero sigamos el rastro del camarógrafo desconocido. Según la prensa de la época, habría sido Francis Doublier quien retrató Sevilla en las famosas Vistas Españolas de los Lumière. Pero cuidado. Esta afirmación se basa en una segunda visita: la que se produjo en la primavera del año siguiente, la de 1898, el año del desastre, ese trágico año en el que desembarcaron los barcos cargados de derrota y vómito negro desde la ya lejana Cuba. Sonaba una triste melancolía de guajiras en un puerto sevillano con atroces relatos de muertos.
El caso es que Francis Doublier fue el que llegó a Sevilla, pero en la segunda visita. ¿Quién vino entonces la primera vez? Echemos otro vistazo al Catálogo Lumière en busca de pistas. La película 145 se llama Danses espagnoles: el vito. Y las siguientes son como un espejo de España, como si Sevilla de nuevo sirviera como fondo escenográfico de España. Están filmadas unas muchachas candorosas y dulces que bailan el vito, la jota, las boleras robadas, el bolero de medio paso, las manchegas. En realidad, el secreto cameraman de los Lumière estaba ensayando un álbum de España a partir –como casi siempre– de Sevilla y casi se adelantó a Aníbal González y sus azulejos de las provincias en la Plaza de España que acogió la inauguración de la Exposición Iberoamericana de 1929.
Pero aún falta mucho para este acontecimiento. Estamos aún en 1897 y ya está descartado Francis Doublier, que llegó un año más tarde. Lo más lógico es que fuera Alexander Promio, porque es el que realiza la mayor parte de estas Vistas Españolas. Sin embargo, se descubre algo al leer el riguroso estudio de Jean Claude Seguin sobre el rastro de Promio por España. Rápidamente queda descartado del viaje sevillano por una razón: el 1 de abril se encuentra rodando una reunión del Touring-club de France, y luego el 25 y el 26 estaba en un concierto. Más noticias: según el Le Journal de Chartres del 20 de mayo, está en Chartres. Es evidente que Promio no podía estar en esas mismas fechas en Sevilla.
¿Es entonces Jean Busseret el responsable de estas Vistas Sevillanas, de estas primeras escenas fílmicas que parecen un calco de los cuadros costumbristas, de toda la iconografía con la que cargaban estos flâneurs cinematográficos? Hay un testimonio revelador. El de la nieta de Busseret, quien asegura –según el estudio de Seguin– que su abuelo estuvo por esas fechas en Portugal y en Sevilla.
El misterioso cameraman que filmó Sevilla en las películas sensibles –de inmortalidad– de los Lumière bien podría ser Busseret, el mismo que presentó el cinematógrafo a la familia real española en una sesión en la que estaban presente la reina regente María Cristina y sus tres hijos: Isabel, María Teresa y Alfonso, el futuro Alfonso XIII. Es curioso, pero en los ojos del niño hay un extraño brillo al ver el nuevo invento. Y es que pasarán los años y el cine será para este rey algo traidor un juguete de sus fantasías eróticas, ya que encargaba curiosas películas sicalípticas. Y todo por culpa del misterioso cameraman que atrapó Sevilla en un fotograma.


EVA DÍAZ PÉREZ Publicado en EL MUNDO de Andalucía el 5 de noviembre de 2005

viernes, 7 de diciembre de 2007

LOS PRUCHODY DE PRAGA


En su libro Praga mágica, Angelo Maria Ripellino desvelaba el secreto de la ciudad. De madrugada, había visto volver todos los días a la misma hora al espectro de Kafka a su casa de la calle Celetná (Zeltnergasse). Del mismo modo, había observado al fantasma de Jaroslav Hasek, a un misterioso espíritu galvanizado de Meyrink y al de Nezval, que también regresaba tras una noche de cervezas místicas a su buhardilla del barrio de Troja. Ripellino acertaba a decir: “Una cosa es cierta: que desde hace siglos deambulo por la ciudad moldaviana”.
A partir de esta certeza, es posible contar Praga según sorprendentes claves telúricas, que es como se deben narrar las ciudades-libro. Desprecie el viajero literario las guías al uso, los lugares de la postal, los itinerarios amables. Praga no existe. Es un sueño viejo que se fraguó en los Kaffeehäuser o cafés de los poetistas.
El paseante literario olvidará todos los consejos que se le dan al ingenuo turista. Deberá internarse en los cementerios praguenses sin que la niebla le haga perder la orientación. Leerá los epitafios, húmedos de bruma azul, para dirigirse luego a los pruchody, esos pasadizos que huelen a barro medieval y conectan los viejos edificios de la ciudad. Internándose por los pruchody se pueden aspirar los humores de Praga, esos que dicen que respiró Kafka hasta quedar embrujado y hastiado de su ciudad. En esos pruchody tendrá el paseante la sensación de deambular por el laberinto olvidado de un sueño lejano de la infancia. Esa noche de miedo en la que soñamos por primera vez con un monstruo de barro que nos perseguía por una ciudad desconocida.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

PARÍS INVISIBLE


En el arte de recorrer lugares literarios, el paseante debe conocer un secreto: el misterio de las ciudades superpuestas. Se puede pasear por un aparente París de guía turística, aunque en realidad el vagabundo literario deambula por una ciudad invisible, una ciudad que fue, pero que ya no existe. Por ejemplo, hay un lugar muy revelador en el llamado mapa de los invisibles de París: la explanada de Los Inválidos.
Estamos en el verano de 1945 y París ya no se estremece con las botas lustrosas de los nazis. Leclerc está a punto de entrar en la ciudad. Dentro de poco comenzará a inundar las calles un Sena de champán y risas. Pero en la explanada de Los Inválidos hay un hombre que está enterrando algo. Se trata de un alemán, Gerhard Heller, responsable del sector literario de la Propagandastaffel. Heller permitió que la cultura francesa no se resintiera durante la ocupación nazi. No quería hacer mártires. Y, a fin de cuentas, hubo más libertad en el París ocupado que en Vichy, capital de la Francia ‘libre’.
Heller se afana en enterrar en la explanada su diario de la ocupación. También esconde el manuscrito de un buen amigo, Ernst Jünger, Der friede (La paz), donde condena los horrores del nazismo. Muchos años más tarde, Heller intentará encontrar su diario de guerra en la explanada, entre las calles Talleyrand y Saint-Dominique. Será inútil. Permanece oculto en una dimensión de París. Desde entonces, todos los veranos se puede ver a un hombre o un fantasma que recorre incansable cada palmo de la explanada de Los Inválidos. Y todo por no saber buscar en los mapas invisibles de las ciudades.

EVA DÍAZ PÉREZ (Publicado en la revista "Mercurio". Diciembre de 2006)

domingo, 2 de diciembre de 2007

MAX AUB: Euclides, número 5 (México D.F.)


¿Qué era Euclides número 5? Aparecía en el remite de aquellas cartas de confesiones y nostalgias, en la dirección postal de las revistas literarias de la España de ultramar, aquel trozo desgajado, en tránsito, que seguía viviendo a destiempo. ¿Euclides 5 era una casa, un refugio o una cueva de sombras platonianas?
En una vieja fotografía del álbum iconográfico de Max Aub descubrimos que era la casa del exiliado, un espacio sin lugar y un tiempo sin historia. Euclides, 5 era la casa mexicana de Max Aub y el lugar del que salieron los proyectos desesperados de su memoria. Allí recreaba imaginarios retornos y escribió su teatro de barbas y canas, porque “murió sin haber nacido”. En aquel piso de Euclides, 5 salió un periódico –El Correo de Euclides- el 31 de diciembre de 1959, en el mismísimo abismo de otro año de destierro. Y en el mismo lugar se fraguaron algunas publicaciones impulsadas por Aub como Sala de Espera o Los Sesenta, otro juego maxaubiano en el que sólo podían escribir autores sexagenarios en aquella sexta década del siglo terrible.
Cuando Max Aub visitó España en 1969 se apresuró a decir: “He vuelto, pero no he vuelto”. Sabía que era un turista del revés, porque venía a visitar lo que no existía. Lo escribió en La gallina ciega donde mostraba su crueldad de viejo resabiado, su indignación por la desmemoria y la ignorancia de aquella España franquista. Paseando por ese país que no reconocía se topó con fantasmas, con personajes de sus novelas, con amigos muertos y comenzó a tener nostalgia de Euclides, 5. Y escribió: “Es triste porque esto no es España ni aquello tampoco”.


EVA DÍAZ PÉREZ (Publicado en Enero de 2007 en la revista "Mercurio"

Prueba de inauguración

Ésta es una prueba de ensayo para el blog