En su libro Praga mágica, Angelo Maria Ripellino desvelaba el secreto de la ciudad. De madrugada, había visto volver todos los días a la misma hora al espectro de Kafka a su casa de la calle Celetná (Zeltnergasse). Del mismo modo, había observado al fantasma de Jaroslav Hasek, a un misterioso espíritu galvanizado de Meyrink y al de Nezval, que también regresaba tras una noche de cervezas místicas a su buhardilla del barrio de Troja. Ripellino acertaba a decir: “Una cosa es cierta: que desde hace siglos deambulo por la ciudad moldaviana”.
A partir de esta certeza, es posible contar Praga según sorprendentes claves telúricas, que es como se deben narrar las ciudades-libro. Desprecie el viajero literario las guías al uso, los lugares de la postal, los itinerarios amables. Praga no existe. Es un sueño viejo que se fraguó en los Kaffeehäuser o cafés de los poetistas.
El paseante literario olvidará todos los consejos que se le dan al ingenuo turista. Deberá internarse en los cementerios praguenses sin que la niebla le haga perder la orientación. Leerá los epitafios, húmedos de bruma azul, para dirigirse luego a los pruchody, esos pasadizos que huelen a barro medieval y conectan los viejos edificios de la ciudad. Internándose por los pruchody se pueden aspirar los humores de Praga, esos que dicen que respiró Kafka hasta quedar embrujado y hastiado de su ciudad. En esos pruchody tendrá el paseante la sensación de deambular por el laberinto olvidado de un sueño lejano de la infancia. Esa noche de miedo en la que soñamos por primera vez con un monstruo de barro que nos perseguía por una ciudad desconocida.
A partir de esta certeza, es posible contar Praga según sorprendentes claves telúricas, que es como se deben narrar las ciudades-libro. Desprecie el viajero literario las guías al uso, los lugares de la postal, los itinerarios amables. Praga no existe. Es un sueño viejo que se fraguó en los Kaffeehäuser o cafés de los poetistas.
El paseante literario olvidará todos los consejos que se le dan al ingenuo turista. Deberá internarse en los cementerios praguenses sin que la niebla le haga perder la orientación. Leerá los epitafios, húmedos de bruma azul, para dirigirse luego a los pruchody, esos pasadizos que huelen a barro medieval y conectan los viejos edificios de la ciudad. Internándose por los pruchody se pueden aspirar los humores de Praga, esos que dicen que respiró Kafka hasta quedar embrujado y hastiado de su ciudad. En esos pruchody tendrá el paseante la sensación de deambular por el laberinto olvidado de un sueño lejano de la infancia. Esa noche de miedo en la que soñamos por primera vez con un monstruo de barro que nos perseguía por una ciudad desconocida.
1 comentario:
Praga se puebla de figuras fanstamales, es cierto, el Golem, Meyrink, Georg Bendemann, ... todos ellos muy vivos, muy próximos.
Un placer leer esta entrada.
Saludos.
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